Anoche pude ver, en pantalla grande, la nueva película del director guatemalteco, Jayro Bustamante. “Temblores.” Es su nueva producción, tras alcanzar reconocimiento internacional con el notable lanzamiento de “Ixcanul” en 2015. Ambas abordan dinámicas de exclusión social, prejuicios, y discriminación con una mirada muy transparente. Una hacia la realidad étnica, y otra hacia la homosexualidad. Pero una sociedad como la guatemalteca, con un pasado tan oscuro, no es fácil que la transparencia pueda ser apreciada para quien no quiera o no pueda verla.
Pese a las limitantes que tendrá el proceso de hacer cine un país como Guatemala, la propuesta de Jayro Bustamente es notable. La narrativa de sus escenas es densa, cargada. Demasiados elementos para abordar literalmente en un formato visual, pero no imposibles de captar en lo que vemos en pantalla. Están ahí. Sin abrumarnos. Puestos a la vista para que podamos reconocerlos. Sobre la mesa. Esa mesa prohibida, esa mesa evadida, esa mesa virtualmente inexistente. Elementos existenciales, culturales, históricos, socioeconómicos, generacionales, psicológicos, sexuales. Tan enredados en el país de la eterna primavera. Todos ahí. En la pantalla.
Aunque la temática central de “Temblores” seguramente será polémica para la mayoría, indignante para otros, e incluso ofensiva para más que algunos, nada de eso distrae la relevancia, la urgencia, o la transparencia con la que se presenta la historia. Énfasis en urgencia. Y transparencia. Y relevancia.
Me cuesta imaginar el grado de determinación necesario para alcanzar el reconocimiento y el compromiso de un artista como el del director de “Temblores” e “Ixcanul.” Y aunque las limitantes de todo tipo tendrán un peso sustancial -el entorno del cine local, el inexistente apoyo presupuestario, la relativamente baja cantidad de profesionales en el medio-, considero que lo que más destaca en este caso es el valor para crear. Valor de valentía, con “V” mayúscula.
Existe un dicho entre escritores y cuentacuentos profesionales, que busca ser un mandamiento del proceso creativo: “muestra, no cuentes” (tomado del trillado dicho en inglés “show, don’t tell”). Aunque el mantra ya irrite por lo banal que suena, por el lugar tan común en el que se ha convertido, y por la dificultad de tantos escritores en seguirlo, es una guía útil y certera. En “Temblores” asistimos a una lección magistral que nos lo dice todo sin contarnos nada. Nos lo muestra.
Como espectador, como alguien que vive para conocer historias, como alguien que busca incansablemente respuestas, ver una obra como “Temblores” es un respiro. No de alivio, no de paz, no de certeza, sino de esperanza. Por tenue y frágil que sea. Aunque la esperanza sea una fabricación humana, una ingenuidad, sin ella es difícil ver un camino, un rumbo, trazar un sendero. El contenido de las dos películas dirigidas por Jayro Bustamante, encienden un pequeño haz de luz en el universo tan oscuro de ignorancia intencional, de negligencia, y de indiferencia en Guatemala. Un haz pequeño, sí. Como una luciérnaga en la oscuridad. Que lejos de iluminar, tan sólo nos informa que está ahí. Pero también nos regala un poco de su luz. Una luz real. Una luz generosa. Una luz de esperanza.
¿Esperanza de qué?
De poder empezar a vernos al espejo. De contemplar la posibilidad de que algún día el guatemalteco quiera saber quién es. De al menos imaginar la idea de tener una identidad. Sin nacionalismos, sin resentimientos, sin supersticiones. Y en esa esperanza, en esa contemplación, en esa posibilidad, poder atrevernos a construir identidad. Nuestra identidad. Una que honre y reconozca lo que somos y lo que no somos. Una que no niegue. Una que se atreva a ser. Una que incluya. Una que asuma.
Hace varias décadas, Jorge Luis Borges escribía en un relato que ser colombiano es un acto de fe. Todo tipo de fe tendrá sus consecuencias, pero como la esperanza, la fe pareciera necesaria. Para creer que mañana estaremos vivos. Para dar sentido a lo que no lo tiene. Para creer que las historias del mañana serán distintas a las de hoy.
Obras como “Temblores” nos dan la pauta para creer que algún día podremos compartir una fe similar a la que menciona Borges. Ojalá una fe en alguna forma de identidad humana. O en su defecto, al menos una identidad local. Una que pueda ser asumida.