“Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría; y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia”
Proverbios 4:7
Me gusta verme alcanzando y superando la edad de 100 años. Recientemente cumplí 35. Y estas líneas buscan ser una especie de relato autobiográfico acerca de lo que quisiera que fuese de manera redondeada, el primer tercio de mi vida. Y lo que más me motiva a escribir estas líneas, es leerlas cada cierto tiempo, y revisarlas cuando cumpla 70. Pero por si a alguien le puede servir de distracción en algún momento, también las comparto públicamente.
El proverbio arriba, aunque es una cita bíblica, tan solo refleja mucho de lo que ha sido mi visión principal de la vida a lo largo de estos años. Independientemente de lo que nos suceda después de la muerte, me gusta creer que es en lo intangible en donde yacen las verdaderas riquezas humanas. Y la sabiduría es mi activo intangible favorito. Por mucho. Que curiosamente se va aquilatando con el paso de los años y aporta vida, no resta. De ahí el título de este post. Disfruto cumplir años y ganar vida, a través de la sabiduría.
Considero que he sido maravillosamente afortunado en esta vida. No porque lo haya tenido todo, ni porque haya logrado todo lo que me he propuesto, sino quizá justamente porque no ha sido así. También es una realidad que he gozado de muchos privilegios, pero no es en con los logros ni con los vacíos con los que me identifico, sino con los aprendizajes, mensajes y lecciones que han traído.
No me ha sido fácil encontrarle un sentido de la vida, llegar a contar con una mitología coherente del Universo y de la existencia, sobre todo en una era en la que pareciera que existen dos polos tan incompatibles con una interminable gama de opciones al medio. La religión por un lado, la ciencia por el otro, ambos con las mismas sombras del fanatismo, dogmas y rigidez que más que iluminar la conciencia humana, parecieran aprisionarla. De ahí que en mi filosofía de vida, coexistan la religión, la ciencia y tantas otras ramas de la humanidad, pero con un papel central, fundamental y protagónico para el misterio.
Pero no es ni en la religión, espiritualidad, ciencia o filosofía en donde he encontrado respuestas concretas. Sino en la vida misma. Sería cínico si afirmara que todas las lecturas y aprendizajes teóricos no han sumado a mi experiencia e interpretación de la vida, pero sí es un hecho que ninguna doctrina me resultó suficiente para conectar de lleno con esas misteriosas dimensiones del propósito y el sentido de la vida.
Y todo esto ha representado una travesía, una búsqueda, que no se ha restringido a los libros. Que incluye amor, amistad, dolor, estudios, viajes, placeres, crisis, logros, exploraciones, éxitos y aprendizajes -entre tantas cosas más.
Puedo decir que he tenido la dicha de amar y ser amado con locura. De saber lo que se siente tener el corazón en pedazos y partirlo a alguien más. Siempre sin intención, claro, pero no por ello menos doloroso. Cupido ha sido generoso conmigo, y pese a desencuentros, momentos de confusión y soltería actual, sé que el amor es parte esencial de la vida y llega cuando tiene que llegar.
Además de asombrosas parejas románticas, la vida me ha regalado tantísimas amistades notables y sinceras, con quienes me permitió desde muy joven poder ver de frente al status quo y reconocer el valor de superar los condicionamientos sociales, culturales o históricos que éste trae. No fue sencillo, fácil o simple trascender todo el bagaje interior, a nivel político o religioso sobre todo, pero ahora puedo disfrutar los frutos de haber aprendido a pensar, a cultivar pensamiento crítico, a siempre cuestionar, sospechar e investigar. Y esto no habría sido posible sin la maravillosa ayuda de la amistad.
Lo anterior también fue posible gracias a verdaderos Maestros, en todos los ámbitos, que me han permitido actualizar constantemente los modelos de mi realidad, la cosmovisión del mundo, mis conclusiones de la existencia. Maestros que han llegado en momentos tan dispares, en lugares tan insospechados, pero siempre en situaciones completamente oportunas.
Y al lado de compañía romántica, amistades y maestros, he tenido la dicha de recorrer 20 países, más de 100 municipios de mi país natal, con paisajes de todas las formas, colores y estilos. Recorridos con memorables historias, recuerdos eternos y lecciones de alma. Complementadas con más de un millar de libros leídos, cientos de páginas escritas. Y estos números no alimentan vanidad alguna, sino la satisfacción personal de haber cultivado esa ilusión por expandir mis horizontes, por ampliar la vida, por aspirar a que ésta se convierta cada vez más en un poema.
En estos placeres, aspiraciones y regalos, he tenido el placer de conversar con tantos personajes del mundo. Compañeros de viaje. Estudiantes. Colegas. Pobladores locales de las montañas rurales, para luego conversar con ejecutivos internacionales en algún lugar distinguido de alguna gran ciudad. Procurando reconocer el alma humana en cada lugar. Procurando ser quien la vida espera de mi en cada contexto. Procurando ser el mismo. Siempre. Está de más decir que no siempre lo he logrado, pero he ido mejorando un poco con los años.
En las historias incómodas de la vida, debo reconocer que así como he sido traicionado y me han fallado, yo también lo he hecho en más ocasiones de las que me gustaría reconocer. Aunque siempre me he esforzado en cultivar la virtud, he permitido que en distintos momentos de mi vida vicios y tendencias oscuras tomaran el control, defraudando a otros, pero sobre todo a mí mismo. Pero todo eso ha sumado también. Y elijo el aprendizaje sobre el arrepentimiento.
A lo largo del camino, he logrado comprobar en carne propia las sabias palabras de Rudyard Kipling, quien dijo que “el éxito y el fracaso son dos grandes impostores, a quienes hay que tratar con igual indiferencia”. Pese al dolor o la alegría que cada uno pueda traer, sin negar su aporte a nuestra historia, nada de eso nos define si así lo decidimos.
Uno de los mayores logros que celebro en mi vida ha sido la capacidad de disfrutar y crecer en la soledad, tener la capacidad de escuchar a la vida en el silencio, cultivar tantos aspectos humanos en la meditación y poder mantener la serenidad y la calma aún frente a las cíclicas tormentas de mi historia.
Y al ir integrando todo lo vivido y aprendido, creo comprender que ninguna teoría, religión, filosofía o régimen es bueno o malo en sí mismo, pese a la opinión pública o historia (lo cual no es negar que muchos representantes de una u otra, dañan abierta e intencionalmente las libertades humanas). Y es sólo a nivel individual que puede existir la comprensión y el entendimiento.
Todo lo demás es propaganda, puntos de vista y vanas opiniones.
La iluminación, la salvación y la vida misma, son aspectos que cobran sentido solamente en la escala individual, en lo privado, en el anonimato. Claro que hay mucho por compartir con otros, y existen numerosas almas que se encuentran en ese camino y anonimato. Pero al final del día, cada quien es responsable de su propia vida, interna y externa.
He tenido la dicha de contar con una deliciosa curiosidad e intereses profundamente diversos, por lo que he leído y vivido religiones distintas, practicado disciplinas deportivas diversas, estudiado política, arte, literatura, antropología, romance, espiritualidad, religiones, historia, sexualidad, filosofía… Cada una con tesoros invaluables, con insospechadas lecciones, impensables para tantos detractores de una u otra.
Y aunque poco o nada de lo aprendido sea relevante para los demás, en cada una de esas esquinas del universo humano, me he encontrado un poco más cerca de mí mismo.
Y más cerca de mis semejantes.
Creo que no se aprende para enseñar.
Se aprende para tener la posibilidad de vivir.
Para poder elegir si la vida tiene propósito.
Y el vivirla se vuelve nuestro mensaje.
El reto mas grande es aprender sin utilizar el conocimiento para nuestros caprichos personales. A no acoplar lo aprendido a nuestra versión e interpretación de la realidad. No usar los conocimientos para ajustar el mundo a nuestra medida. Evitando ante todo los fanatismos. El cual considero que es el único pecado verdadero, y que se disfraza de tantas formas…
También creo que no es fácil vivir y sobrevivir en un mundo tan diverso, tan complejo, tan confuso por momentos y siempre tan violento. Me resulta imposible no criticar, indignarme y por mucho tiempo creo haber albergado ciertos resentimientos sociales y colectivos. Es difícil no ser un “hater”. Pero con los años he ido reconociendo que odiar, criticar, señalar y resentir es el camino fácil. El desafío es canalizar todo lo que despiertan tales emociones y sentimientos de maneras constructivas. Transmutar el odio en compasión. El miedo en amor. La destrucción en creatividad.
Y para lograr todo esto, hace falta poder descifrar esos rincones secretos que la felicidad y la vida escogen para enseñarnos tanto, en los gestos tan sutiles de los otros, en lugares por completo inesperados, en momentos aparentemente inoportunos. Hace falta buscar la esencia, cultivar la conciencia, trascender al yo. Hace falta ver lo que no se ve. Lo esencial es invisible a los ojos. Lo esencial es invisible a los ojos. Lo esencial es invisible a los ojos.
Mi satisfacción más grande, mi mayor riqueza, mi mayor tesoro se halla en esa dimensión que denominamos espiritualidad. Y no puedo más que agradecer los regalos que he recibido, porque comprendo y entiendo que no responden a méritos de ningún tipo. La luz de la conciencia, la visión del alma y el amor real, son el resultado de la Gracia. Imposibles de entender. Imposibles de explicar. Pero he tenido la dicha de conocerlos, y procuro agradecerlo cada día con lo que creo en mi vida. Con mis elecciones diarias.
Creo haber llegado a comprender que Dios no necesita mis oraciones, pero las escucha todas; no necesita ceremonias pero está en cada una; no requiere de altares, mas los embellece a todos; no exige devoción, ni reverencia, ni fe, más las comprende todas. Dios no necesita canciones, ni velas, inciensos o templos… pero nosotros sí. Yo sí.
Tantas cosas más por decir, tantas lecciones, tantas historias, tanta sabiduría por compartir. No es fácil condensar 35 años en menos de dos mil palabras, pero también disfruto de comunicar solamente lo necesario, y estas líneas ya incluyen lo que necesitaba decir. Lo que quiero leer en los años futuros.
Agradezco tanto, agradezco todo, porque como dijo un poeta, confieso que he vivido.
Y en esa maravillosa experiencia de vida, cierro con una reflexión incluida en el libro Vivir en el Alma, de Joan Garriga, que resume de manera tan breve pero no por ello menos profunda y elegantemente simple lo que creo de la vida:
“Este es el paraíso: vivir la vida en lugar de pensarla, sumergirse en ella en lugar de conceptualizarla, entregarse a su flujo en lugar de tratar de detenerla”.
Es mi intención sincera llegar a conocer y, porqué no, quizá mudarme al paraíso en esta vida.
Omar Regalado
Ciudad de Guatemala
17 de Julio de 2016