Hace unos días, pese al cansancio y semanas completas con agenda muy complicada, tomé la decisión de hacer un espacio de tiempo para ir al teatro.
Y afortunadamente, valió la pena.
De sobra.
De niño disfrutaba muchísimo ir al teatro, primero con obras infantiles y luego recuerdo muy vívidamente obras de Luiz Tuchan en el teatro del IGA. Iba como actividad cultural del colegio. Disfruté todas sus obras, aunque la que quedó más clara en mi memoria fue “La Herencia de Alvarado”.
Pero mi falta de afición, o quizá mi dejadez no hicieron que el teatro fuera un aspecto particularmente activo en mi formación cultural o en mis actividades regulares. Lo cual ha ido cambiando lentamente en el último año.
Así que hoy, escribo esta nota, movido por la calidad de una obra a la que asistí en el teatro de la Universidad Popular: “Las Brujas de Salem”. Original de Arthur Miller; dirigida y adaptada por Guillermo Monsanto.
A pesar que el contexto de la obra y su origen pudieran parecer ajenos a nuestras latitudes, de manera simbólica creo que hay mucho sobre lo cual puede reflexionarse. En particular en relación al papel de la religión en la vida de las personas, y cómo un sistema de creencias puede llegar a eclipsar por completo a la razón humana.
Pero dejando de lado la temática y posibles interpretaciones, lo que me motiva a escribir estas líneas, como dije ya, es la calidad artística de la obra.
Debo confesar que después de un tiempo, cuando me enteraba de exposiciones, actividades u obras de artistas nacionales, mi entusiasmo se fue transformando en escepticismo, y en la gran mayoría de casos soy un espectador con reservas. Y aunque quizá suene arrogante o exigente, son pocas las ocasiones en las que la decepción no han sido parte de mis impresiones y opiniones. Sin restar mérito al esfuerzo, a la pasión o la vocación de muchos artistas nacionales, una y otra vez me encontraba con una falta de profesionalismo, de compromiso o de coherencia; casi siempre con egos demasiado inflados, sedientos de reconocimiento y una indiferencia inverosímil y hasta despectiva por parte de los artistas hacia su entorno.
No pretendo ser un crítico, y sin duda mis opiniones al hablar de los diferentes géneros de arte valen poco o nada, pero así como hay creaciones, obras y eventos que me han decepcionado, también puedo mencionar que han habido ocasiones en los que eventos artísticos me han conmovido hasta los huesos, me han hecho cuestionar mi mundo o han aportado colores y perspectivas a mi realidad.
Y es este contraste entre decepción y admiración al salir de un evento el que me ha permitido aprender a ir valorando la entrega, a ir comprendiendo el lenguaje del artista en distintos contextos y a percibir las motivaciones ocultas y sus intenciones sinceras cuando se expone ante su público.
Y fue así como empecé a dejar de hacer distinción entre apoyar a lo nacional por ser nacional, y empezar a reconocer y disfrutar lo bueno por su calidad, no por su origen o autor.
Dicho lo anterior, comparto mi opinión sobre la obra.
La sensación que sentí cuando cerró el telón en la escena final de “Las Brujas de Salem” fue de enorme admiración y un respeto sincero. La adaptación, los vestuarios, el manejo de luces y los diálogos todos muy certeros y cautivantes.
Pero los verdaderos aplausos y la auténtica satisfacción de haber asistido son el resultado de actuaciones notables. Es indiscutible que todo el elenco es parte de una entrega absoluta a la obra, pero como en cualquier empresa colectiva, hay talentos que sobresalen. En lo personal disfruté y me sentí muy impresionado y movido por las actuaciones de José Mario Massella (John Proctor) y Melissa Maul (Marie Warren). Pero insisto, nada malo que decir de ninguno de los actores.
La fidelidad con la que se desarrollan muchos de los diálogos, me permitieron cuestionar y apreciar de manera objetiva cuan ciegos podemos llegar a ser cuando las convicciones humanas se tornan tan absolutas y se transforman en dogma. Un dogma que la mayoría de veces es engendrado por el miedo, la culpa, la manipulación y el abuso de poder.
Distintas escenas me transportaron de maneras inadvertidas, por momentos sutilmente y por momentos de maneras radicales hacia contextos en donde lo absurdo caprichosamente parecía controlar otras realidades, donde la razón o la lógica no tenían cabida.
Y entre diálogos, escenas y telones, la obra me hacía cuestionar cuanto de aquello que habrían podido vivir -y sufrir- las llamadas Brujas de Salem, que ahora nos parece tan inaceptable y grotesco, podrá tener su equivalente hoy en día.
¿Cuánto de lo que consideramos normal, aceptable o cotidiano hoy en día podría ser visto en el futuro de manera similar a como vemos ahora los excesos de una religión hace 300 años? ¿Qué forma y color han tomado nuestros dogmas para que no los veamos? ¿Quienes son las brujas que mueren en las horcas simbólicas de nuestras sociedades modernas?
En 300 años quizá lo verán otros en el teatro…
Pero de momento, creo que podemos aprender y reflexionar, al mismo tiempo que disfrutamos del lenguaje universal del arte en esta sencilla pero muy profunda obra.
La obra se estará presentando hasta el 13 de Marzo de 2016, los Sábados a las 20:00 horas y los Domingos a las 17:00 en la Sala Manuel Galich de la Universidad Popular [ 10 Calle 10-32 zona 1 ], así que quedan algunas funciones.
Ojalá que estas líneas sirvan inspiración para que algunos de mis amigos y conocidos puedan disfrutar de esta excelente obra.