Todos estábamos distraídos cuando se levantó.
Al parecer su mejor amiga fue la última en hacer el comentario que derramó el vaso ya demasiado lleno.
Se levantó con autoridad.
No con enojo.
No con resentimiento.
No con venganza.
No con amargura ni premeditación.
Con autoridad.
Caminó despacio, completa y absolutamente certera.
Como bala en cámara lenta.
Se paró frente a toda la clase, a pocos centímetros del pizarrón.
Empezó a desabotonarse la blusa.
Un botón a la vez, con los ojos firmes, clavados en todos y en cada uno al mismo tiempo.
Su mirada nos contenía a todos en ese momento, mientras su blusa cayó al suelo y se desabrocho en un instante la falda, que también cayó al suelo.
Sin que tuviésemos tiempo de percatarnos de lo que pasaba, ni con la más remota posibilidad de especular, se desabrochó el sostén, y antes que este cayera al suelo estaba bajándose los calzones frente a todos.
Se quedó firme, con una mirada absoluta, que no deja espacio para nada más que para sí misma.
En zapatos de charol, calcetas hasta la rodilla y completamente desnuda.
Así conocimos todos lo que es un corte en el tiempo.
Cualquier pensamiento, gesto o palabra en aquel momento era imposible.
Permaneció firme lo que pareció una eternidad, aunque sé que fueron tan sólo unos segundos, como una misteriosa sirena en la popa de un barco milenario, como una musa griega de figura perfectamente labrada en el mármol más delicado, como una niña que conoció la pubertad antes que el resto de su clase y que fue poseída por el valor mismo para demostrarnos la ridiculez de nuestras estupideces infantiles.
En cámara lenta también, y sin dejar de vernos a todos y a ninguno, se subió los calzones. Ajustó y abrochó su falda. Permaneció así unos segundos, quizá disfrutando mostrar sus pechos perfectamente formados, con una mirada inocentemente retadora, antes de recoger su sostén, abrocharlo con toda naturalidad y, finalmente, acomodándose la blusa, abrochando botón por botón, cerrando aquel acto que por siempre nos parecería heroico.
Del tipo de heroismos que no necesitan volver a ser comentados, y que le dieron un aura de inmortalidad a aquella inocente niña precoz. Detonando una especie de iniciación en nuestras mentes de mosca.
Pocos meses después, aquella compañera de clase migraría con su familia al extranjero, sin que nadie volviera a saber de ella.
Sin recordarla, sé que nunca nadie la ha olvidado.
Guatemala, 23 de abril de 2014