Si la pandemia del COVID-19 fuera parte de una película de Hollywood, la manera de hacer desvanecer la crisis sería con un problema mayor. Lograr que, en comparación, este virus pareciera poca cosa. Por suerte, no estamos en una película, y no hace falta que la pandemia escale a más. Al menos, no en lo físico. Pero quizá sí exista, y desde mucho antes de que el COVID-19 apareciera en escena, un reto mayor: cambiar la mente humana.
Numerosas ideologías a lo largo de los últimos dos siglos han demostrado que pocas cosas pueden ser tan peligrosas como las ideas. Sobre todo cuando están desconectadas de la realidad, de los hechos, de la ciencia, o de la evidencia. Aisladas de un criterio responsable, ético, y basado en valores. Pero ni las guerras mundiales, o la guerra fría, ni guerras civiles, o crisis económicas han sido suficientes para crear un sentido de reflexión colectiva y correctiva de forma permanente. Énfasis en lo de permanente. Por eso quizá, improbablemente, pero no imposible, una pandemia global pueda ser un aliado estratégico en el territorio de las ideas. Y aunque no sea posible en lo colectivo, en lo individual, cada uno puede empezar a actualizar lo que piensa.
Así que puede ser valioso empezar a extraer lecciones y reflexiones útiles de la pandemia causada por el COVID-19. Y como uno de muchos posibles puntos de partida, existen posturas sociales que podemos empezar a cuestionar frontalmente y sin titubeos. Habrá muchas lecciones que están por definirse, pero otras son catalizadas y afirmadas por una crisis como la que estamos viviendo. Lecciones que más vale tomarlas y reconocerlas antes que después. Como las que incluyo en esta lista. Debajo refiero cinco posturas sociales con relevancia directa para actualizar nuestro pensamiento de grupo, así como para afrontar futuras crisis, tanto de salud pública, como de economía y orden social. Estos giran alrededor de temas como: 1) La exclusión de la ciencia en política, 2) el resurgimiento del Nacionalismo, 3) un punto débil en el Liberalismo económico, 4) la falta de regulación para medios de comunicación, y, 5) el desprestigio de la religión. Empecemos.
1. La exclusión de la ciencia en política
Hoy en día pareciera que pocos saben diferenciar un hecho de una opinión. Lo cual incluye a gobernantes, de países desarrollados y subdesarrollados, grandes y pequeños. Y esta confusión, a escala colectiva, hace que la ciencia, pase fácilmente a segundo plano. Es muy fácil asociar a dictadores del pasado, en todas las regiones del mundo, tomando decisiones sin la más leve consideración científica. Pero lamentablemente, estos casos no son cosa del pasado, ni se limitan a dictadores. Presidentes electos en todo el mundo, legisladores, o administradores de la justicia, carecen de una mínima comprensión de la ciencia. Además del vacío y alto riesgo que esto genera en materia de salud pública, temas de relevancia existencial como el agotamiento de los recursos naturales, o el cambio climático, son desestimados como temas sin importancia.
En este contexto, si nos vamos a uno de muchos casos extremos, surgen grupos como los llamados “anti-vaxers,” quienes se oponen a las vacunas contra enfermedades comunes. El movimiento anti-vacunas, aunque debería de ser motivo de risa, ha tenido efectos trágicos, y lo convierte en una preocupante tendencia. Para quien no lo conozca, surge desde el activismo, opuesto a las mega-estructuras de las grandes corporaciones farmacéuticas. Plantean que la vacunación de recién nacidos y niños contra enfermedades comunes -por ejemplo hacia la varicela, el sarampión, o la polio,- puede causar condiciones de salud como el autismo o síndrome de Down, por citar solamente algunos de los descabellados ejemplos que argumentan. En una frase, su argumento es que las vacunas nos enferman. Tristemente, a pesar de ser una postura tan ilógica, pocos años de desinformación fueron suficientes para crear nuevos focos de enfermedades previamente erradicadas en casi todo el mundo, como el polio. Afectando incluso a países desarrollados, pero con efectos en todo el mundo. Y países con menor educación han reportado mayores brotes, sobre todo en el continente Africano. Esto es un resultado directo de la exclusión de la ciencia en las esferas políticas. Posturas como esta -solamente una de muchas,- son posibles por la desinformación y desconocimiento de la clase gobernante, combinada con pasiones irracionales, y una clara distorsión de la realidad.
En un mundo ideal, no debiera de ser necesario crear conciencia sobre el papel de la ciencia, y la capacidad de diferenciar argumentos irracionales de la evidencia objetiva. Pero no vivimos en un mundo ideal. En un momento en el que cualquiera puede publicar lo que sea, sin ser verificado, resulta imprescindible que aprendamos a pensar basados en razonamiento científico. Y aprender a reconocer cuando elementos emocionales, ideológicos, o sociales, afectan nuestra capacidad de discernir y filtrar información incoherente de la importante. La ciencia no lo sabe todo, pero sin ciencia es imposible mantener un orden Global. No hace falta que nuestros políticos sean científicos, pero sí ayudaría que comprendan de ciencia. Y sepan cómo asesorarse. Ya que si cualquiera puede cuestionar la ciencia, empezando por los gobernantes del mundo, el COVID-19 puede ser tan sólo la antesala a crisis mucho peores.
2. Nacionalismo en oposición al Globalismo
La creciente tendencia hacia el nacionalismo, en prácticamente todas las regiones del mundo, y en estados de todos los tamaños, es indiscutible. En resumen, el Nacionalismo aparece como una respuesta en contra de las fuerzas de Globalización. Como dicen muchos partidarios en memes y comentarios de internet, Nacionalismo frente al Globalismo. La propuesta del Nacionalismo podría parecer difícil de debatir, porque, a la fecha, no contamos con un sistema global óptimo. Por ejemplo, las décadas de conversaciones y negociaciones en relación con Cambio Climático, sin resultados visibles, son un claro ejemplo de lo que puede percibirse como una ineptitud colectiva en la escala Global. Y si a este ejemplo sumamos más temas de carácter global, como migración, conflictos bélicos, paraísos fiscales, o corrupción, el panorama no es alentador. Existen acuerdos, protocolos, y convenios internacionales en cada tema. Y aunque hay avances, son insuficientes. Quizá porque la complejidad de cada uno, a escala planetaria, nos supera. En capacidad, en recursos, o en voluntad. Y ante esta incapacidad Global, lo más fácil y conveniente es recurrir a lo que conocemos: la escala Nacional. Yo cuido lo mío, tú cuida lo tuyo. Y que gane el mejor. Hasta que llega una pandemia como el COVID-19. Si el destino tiene sentido del humor, pareciera estar jugándole una broma muy certera a la postura del Nacionalismo.
El crecimiento poblacional, la realidad comercial, el desarrollo tecnológico y la movilidad humana, entre muchos otros factores, hacen que la globalización sea un proceso inevitable. Que además, ha iniciado desde hace mucho de manera irreversible. Por lo que el problema con la postura del Nacionalismo no es solamente práctico, sino también de lógica. Que se contradice a sí mismo cuando plantea una propuesta social necesaria para el bien de alguna Nación, pero sin dejar de percibir los beneficios y ventajas de la Globalización. Como un adolescente que argumenta tener la madurez para manejar su auto, pero reniega cuando es su turno de lavar los platos. El Nacionalismo es una postura juvenil. Aparece como una clara regresión en un proceso de desarrollo Global. Un desarrollo incompleto y muy imperfecto, por su puesto.
Aunque aquí no estamos hablando de un criterio científico, como en el punto anterior, sí es urgente desarrollar un criterio objetivo. Que se base en la evidencia, en los hechos, y en el beneficio común. Si tu nación no hace las cosas bien, mi nación, junto con la nación de ella y la de ellos, pagamos las consecuencias. Y no está de más recordar las tragedias y excesos del Nacionalismo a lo largo del siglo XX, para declararlo una postura obsoleta. El único camino hacia delante es el Globalismo. Nos guste o no. Estemos preparados o no. Todas las naciones del mundo estamos juntas en todo, para bien o para mal. Tal y como nos deja muy claro la situación actual del COVID-19.
3. Liberalismo Económico y un Estado Débil
La teoría del liberalismo económico es amplia y llena de puntos favorables para el desarrollo económico, social, y Global. Tiene muchas facetas y a lo largo de los últimos dos siglos, al menos, ha tenido expresiones facilitadas por distintos modelos económicos muy funcionales. Pero existe un elemento puntual que crea un discurso propio, y que el COVID-19 pone en tela de duda. La postura de un Estado pequeño y débil.
Si bien pocos liberales llegan a planteamientos anarquistas, en donde no exista el Estado, suele haber un consenso entre los liberales de que los Estados del mundo, en sus dimensiones actuales, son demasiado grandes. La lógica de un Estado pequeño plantea que las fuerzas de un Mercado Libre regularán todas las áreas de la vida humana. A escala individual, colectiva, y nacional. Muy en línea con la “mano invisible” que refería Adam Smith en “La riqueza de las naciones.” Como toda teoría, los planteamientos del liberalismo tienen argumentos convincentes, con incontables estudios de caso, especulaciones y análisis estadísticos. Pero su punto de un Estado débil se cae al observar en tiempo real el avance de una sola amenaza como el COVID-19, que nos revela que sin un Estado fuerte, estamos preocupantemente indefensos. Sin afán de invocar fatalismo, no resulta difícil de imaginar cómo un factor crítico adicional podría complicar aún más esta pandemia. Un terremoto, un desastre natural, u otro virus inesperado. Dudo que tendríamos alguna probabilidad de lidiar con algo de eso sin un Estado fuerte.
Este punto me causa conflictos personales, porque en su expresión amplia, me identifico plenamente con el Liberalismo. En muchos círculos y conversaciones de mi vida social y profesional lo promuevo. Pero el COVID-19 me ha hecho cuestionar de manera inesperada su postura puntual acerca de un Estado débil. El liberalismo va mucho más allá de esta postura, claro. Un Estado fuerte no es excluyente del resto de las bondades que ofrece. Esto no debería incidir en el Mercado Libre, en un Estado de Derecho, o en la importancia de una Economía sin intervenciones estatales innecesarias. Quizá en teoría sea posible pensar que un Estado pueda mantenerse al margen de la Economía, encargado solamente del orden social, de velar por el Derecho, de Administrar Justicia. Creando una Gobernabilidad pacífica y planificada. Pero en la práctica no veo como dicho Estado podría estar aislado de la Economía.
Todo esto me hace reflexionar en que quizá, después de todo, un Estado débil o pequeño no es deseable. Al menos no en nuestro nivel de desarrollo humano, sociopolítico, educativo, y tecnológico actual a lo largo y ancho del planeta. Aunque un Estado fuerte no debiera ser sinónimo de un Estado intervencionista, creo que la intromisión del Estado en la Economía es un precio que quizá debamos pagar para que nunca sea débil y que pueda actuar en momentos de crisis. Como la que nos ha traído el COVID-19.
4. Medios de Comunicación no regulados
La industria mediática, en cada país del mundo, se apoya en algún punto legal, usualmente constitucional, para operar sin restricciones. La postura común es que la libertad de prensa, o la comunicación sin censura son elementos básicos en sociedades democráticas. Pero sin ir tan lejos, basta observar los primeros dos puntos de esta lista, para reconocer el papel perverso que han tenido los medios de comunicación en la desinformación científica o promoción del Nacionalismo. Todo mientras han podido seguir operando en plena libertad y sin que nadie pueda cuestionarlos 1. Algunos dirán que las regulaciones existen, pero que el problema es el cumplimiento. Aún así, la postura de que nadie pareciera poder regularlos se mantiene.
Pero regulación no es lo mismo que censura. Y los poderes que tienen los medios digitales hoy en día, quedan expuestos en numerosos episodios. Por ejemplo, el documental “Nada es privado (Netflix, 2019),” expone cómo una empresa privada de comunicación, usando ciencia de datos, influyó en los resultados de elecciones de países grandes y pequeños en los últimos cinco años. Si los medios no tienen un compromiso con la ciencia, con los hechos, y no están obligados a pagar las consecuencias que causen mediante su desinformación, noticias falsas, o sensacionalismo, no hay postura que pueda resguardar su posición de intocables.
Precisamente la crisis del COVID-19 puede servir de referente a la despreocupación de los medios de comunicación en su compromiso hacia informar, educar, o comunicar a conciencia sobre temas de importancia crítica. Obviamente, no se puede pedir de que informen acerca de lo que ignoran. Pero la ignorancia no pareciera frenarlos nunca de seguir publicando, aunque eso genere desinformación o promueva el caos. Como leve consuelo, las sensibilidades colectivas de las generaciones millenial en adelante (o quienes nacieron en 1981 o después), parecen tener cada vez mayor criterio ante las manipulaciones e intereses de los medios.
Pero es necesario iniciar conversaciones que busquen regular la función y alcance que pueden llegar a tener los medios de comunicación. Un escenario sin regulación nos asegura que crisis como las del COVID-19, tendrán un efecto doble como mínimo: primero con el pánico generado por la desinformación, y luego con las implicaciones reales del problema. Los medios de comunicación actualmente, si bien imprescindibles, por el bien de todos, no deberían de seguir operando sin ser regulados.
5. El desprestigio de la Religión
Al igual que el Estado, la Iglesia y cualquier religión formal, gozan de baja reputación. No es este el espacio para debatir si merecida o inmerecidamente. Pero aunque no me guste reconocerlo como individuo laico, en una crisis de la magnitud actual no veo ningún otro medio colectivo con la capacidad, efectividad, y organización que tienen las religiones para salvaguardarnos de la histeria social. En otras palabras, la religión, con sus distintos formatos de iglesias, costumbres, rituales, o tradiciones, tienen un valor incalculable en materia de salud mental.
Si su contribución fuese exclusiva a la salud mental colectiva, sólo eso podría ser suficiente para cuestionar el desprestigio de la religión. Pero sus aportes van más allá de ofrecerle paz mental a sus seguidores. La mayoría de las religiones ejerce un importante papel de educación cívica, en el que sus líderes promueven apego a la ley. Son proponentes de la virtud y de valores personales, como la responsabilidad individual, el respeto al derecho ajeno, la tolerancia, o la unión familiar. Y en muchos casos son actores en labores significativas de servicio social.
Y aunque para muchos la religión sea tan sólo una fachada de apariencias o un conducto para vivir una doble moral, en general me parece que el balance en su aporte social es positivo. Sin el sentido de obligación o compromiso moral que ejercen las religiones en el mundo, muy posiblemente el orden social entraría en decadencia en muchas regiones. Sobre todo en países en vías de desarrollo, con bajos niveles educativos, en donde los líderes religiosos son los únicos líderes que cuentan con la confianza y credibilidad del ciudadano común. No veo a líderes políticos, académicos, o empresariales, con la estabilidad e influencia de los líderes religiosos.
Durante esta cuarentena global causada por el COVID-19, nos topamos con mensajes de todo tipo. Algunos de indignación, otros de acusación y crítica, unos cuantos de educación, demasiados de preocupación, y afortunadamente muchos de humor. Pero en ese río revuelto en donde se mezclan las opiniones con las emociones humanas, los mensajes de las religiones mantienen una señal estable que nos exhorta a mantener la calma, a actuar con paciencia, y a promover el respeto. Nos invita a cultivar la fe en estos momentos de incertidumbre. Y eso, vale.
Una educación moral, una conciencia justa, o un modelo de vida ético, son posibles sin religión. La virtud no requiere de teología. Pero aún así, quizá las religiones deban seguir funcionando según sus credos. Quien quiera que las siga, y quien no quiera, que las ignore. Pero su valor social, es indiscutible. Sobre todo en momentos como estos, frente a una amenaza como el COVID-19, en la que la fe pareciera ser un antídoto muy efectivo ante el pánico.
En Conclusión
A nivel global, todos los seres humanos somos un sistema. Uno. Complejo, intimidante, y fascinante. Tan lleno de problemas e imperfecciones, como de potencialidades y virtudes. Todos estamos conectados y mantenemos, desde nuestro origen una relación de interdependencia. Pero es muy fácil olvidar todo esto cuando nos perdemos, por efecto de proximidad en los conflictos políticos, Nacionales, o emocionales. Aristóteles afirmó que “la forma más elevada de acción es la contemplación.” El COVID-19 nos está dando una oportunidad para elevarnos a este nivel de acción. Al menos por breves momentos durante esta cuarentena, podemos elegir elevarnos un poco más alto de lo usual en nuestra manera de pensar.
La ciencia, el Estado, nuestro sistema económico, los medios de comunicación, y la religión, tienen cada uno su lugar. Y esta crisis lo demuestra. No enredemos las cosas entre ellos. Respetemos y actualicemos nuestras posturas sociales para que cada uno pueda ayudarnos en el orden social. No se trata, ni ahora ni nunca, de definir qué sector o elemento social es más importante. Todos lo son. Aprendamos a reconocer el lugar de cada uno, y dejemos que cada sector aporte lo que le toca.
Y aquí los individuos somos las piezas que podemos facilitar este desenredo de ideas. Los individuos también tenemos un lugar, que puede incidir sobre todos los actores y sectores colectivos mencionados. Y nuestra responsabilidad individual puede iniciar el proceso de actualizar posturas sociales como las cinco que presenta este texto. Y de paso, podemos incluir también a la naturaleza como parte de nuestro sistema global que también pareciera ser un actor central en este paréntesis histórico que estamos viviendo.
En conclusión, todos estamos conectados. Nada nuevo. Pero este virus apocalíptico nos obliga a comprender esa idea plenamente. Quizá la solución a esta y futuras pandemias, a problemas que el futuro nos depara, no dependerán solamente de nuestra logística, educación, o de los recursos que tengamos. Sino de nuestra manera de pensar. Del estado de nuestra mente para afrontar lo que sea. Y esto lo podemos empezar a aprender por cortesía del COVID-19.
- Como un caso único, aparece “Gawker,” un noticiero digital sensacionalista en Estados Unidos, que fue obligado a declararse en bancarrota tras un fallo jurídico que lo obligaba a pagar más de cien millones de dólares en daños. Pero esto no podría haber sucedido sin la dirección y patrocinio del billonario Peter Thiel, a quien el noticiero ofendió de una manera que no quedó en el olvido y desencadenó el proceso jurídico que lo llevó a su fin, en 2016. En un mundo justo y más transparente, el caso de “Gawker” no sería un caso único.